miércoles, 5 de septiembre de 2012

Capítulo 10: Intersección de cromo I


El hedor a humedad y a heces de pequeños roedores embriagaba la estancia como la noche lo hacía sobre aquella condenada ciudad. Solo un ligero olor a sangre perturbaba la monotonía del oscuro lugar. Sangre que no hacía más que recordar a todos los presentes lo cerca que habían estado algunos de morir esa noche y la mala suerte que habían tenido otros. Unos débiles rayos de luz artificial cruzaban unas ventanas demasiado pequeñas y a demasiada altura del suelo como para ser útiles. Las sombras se proyectaban entrelazándose con la oscuridad en sí misma, haciendo que el pequeño repertorio de cajas y estanterías pareciese un laberinto insondable y amenazador.

Para Samishii no podía haber nada peor que aquello; encerrada con tanta gente desconocida en un lugar como aquel era el ingrediente principal de lo que ella calificaría como una pesadilla. Pero la situación lo había querido así y se decía a sí misma que no podría haber sido de otra forma, que al menos estaba viva. Bueno, ambos lo estaban. Roy seguía ahí, descansaba a unos pocos metros de ella todavía con la pistola entre sus fuertes manos. La ingeniera sabía que en menos de un segundo podría despertar del sueño más profundo y hacer un blanco perfecto a menos de cincuenta metros. Y no es porque confiara en la excelente habilidad como tirador del pandillero, sino porque sabía que el sistema de arma inteligente que conectaba la pistola a su sistema nervioso por medio de unos pequeños cables era infalible. Lo había diseñado ella.

Se divirtió con la idea de mejorar el diseño y por un momento olvidó los disparos, la sangre y todo aquel circo de extraños de los que había tenido que rodearse. Por un momento se imaginó en su taller; su pequeño escondite; trabajando bajo una luz tenue con tan solo el sonido del soldador y la respiración de su perro como música de ambiente.

 Pero entonces recordó que la estaban buscando y que su escondite ya no era seguro, lo que provocó que la inseguridad se acrecentara. Solo podía esperar a que Bite, su contacto hacker, hubiese dado con alguna información que la ayudase a esclarecer todo aquello. Sacó del bolsillo de su gabardina la tarjeta que le habían dado unos días atrás: estudió la superficie cromada y dejó caer su atención en las iniciales que aparecían perforadas en ella, S.H.A. Mientras su mirada se perdía en aquella tarjeta, acudió a su mente la imagen de los dos tipos que habían contratado sus servicios hacía apenas unos días.

Intuía que aquel trabajo tenía algo que ver con todo aquello, no había vuelto a saber nada a pesar de que le habían asegurado que para terminar el trabajo tendría que completar dos diseños más. También cabía la posibilidad de que aquellos hombres que habían ido a su casa la buscaban por algún otro motivo, por algún encargo antiguo. Samishii era consciente que en su trabajo había tenido que lidiar con gente muy peligrosa y que no siempre había actuado según las leyes pero la joven japonesa tenía la certeza de haber actuado por encima de todo con la máxima prudencia y discreción. ¿Se la habían jugado? En caso de ser así, ¿Quién? Le costaba creer que hubiese sido Malcolm, aquel entrometido que hacía las veces de agente personal carecía, aparentemente, de un motivo.

Al recordar a la descarada sanguijuela de Mal, presintió que no se equivocaba al pensar que el trabajo de S.H.A tenía algo que ver con que la estuviesen buscando. Malcolm tendría que explicarle todo lo que supiese al respecto cuando acabase la maldita noche, si es que acababa.

Se dio cuenta entonces de que por primera vez en mucho tiempo su suerte dependía de alguien que no fuese ella misma. Se repetía una y otra vez que había sido una estúpida por no haber visto el peligro venir, por haber dejado que la situación acabase así. No soportaba no tener el control de su vida. Apretó los puños con fuerza y se esforzó por controlar su temperamento. Debía conservar la calma para buscar una solución a los nuevos problemas que tenía y que iban sumándose a la lista.

Unos sollozos la sacaron de sus pensamientos e instintivamente  echó mano al arma. Mostró su enfado en una mueca al recordar que estaba descargada pero se tranquilizó al ver que no se trataba de una amenaza. Alguien se estaba muriendo. ¿Cómo habían llegado a esto?

***

El disparo le pareció más estridente de lo normal. El sonido del arma silenció los gritos de la calle cercana y del local que dejaban atrás. El cantante se tiró al suelo por puro instinto, arrastrando al batería consigo. Él se había dado por muerto ya, pero no pudo evitar el gesto desesperado de salvarse.

Enseguida se dio cuenta de que había un intercambio de disparos y que le era imposible saber quien disparaba. Abrió los ojos con la certeza de que vería sus entrañas por el suelo pero al verse entero alzó la vista en busca de quien debía haberlo matado. La chica pelirroja había desaparecido.

Se olvidó de los disparos por un momento he intentó darse la vuelta para ver qué diablos pasaba pero antes de que pudiese darse cuenta de su error más de cien kilos cayeron sobre él.

Exhaló un alarido que no disminuyó cuando se dio cuenta de que el individuo que le había caído encima era uno de sus guardaespaldas. Un disparo le había volado parte de la cara dejando ver una masa pulposa de carne, astillas de hueso y lo que debía de ser una mandíbula sintética de platino.

Sorprendido y fascinado por la brutalidad de la situación y por el hecho de seguir con vida, aparentemente, se quitó de encima el cadáver de aquel tipo del que no recordaba su nombre. ¿Cuántos cuerpos tendrían que caer sobre él esa noche? Le costó horrores moverlo pero no prestó casi atención a lo que hacía pues a su lado, el jefe de seguridad, Jacob, descargaba todo el cargador de su pesada y enorme pistola. El cantante si limitó a observar a través de los oscuros cristales de sus gafas al gigante que en breves moriría por estar ahí de pie. Y como respuesta a las expectativas de Discordia, una bala fue a parar al pecho de Jacob, que tan solo profirió un gruñido. Pero hacía falta más de una bala para acabar con aquel veterano de las guerras centroamericanas. A Discordia Sintética no le cabía duda de que bajo el traje, el guardaespaldas iba forrado de kevlar, o incluso de un recubrimiento subcutáneo de grafeno.

No obstante tampoco era un miembro de las brigadas especiales P.K.C (encargadas de los asesinos y psicópatas con fisiología cibernética) por lo que cuando cinco disparos le perforaron el hombro, la mano derecha, el muslo y la rodilla izquierda profirió un grito de furia asesina y descargó su última bala antes de caerse de rodillas con un golpe sordo.

El cantante no daba crédito a sus ojos, al principio calló en la terrible certeza de que si aquel tipo encargado de protegerles moría, poco podría hacer él contra las múltiples amenazas a las que estaban expuestos en ese momento, pero aun había esperanza. Aquel cabrón seguía vivo, y  aun respirando con dificultad, luchó por incorporarse de nuevo.

Discordia se dio cuenta de que los disparos habían cesado y cuando alzó la vista hacia su izquierda vio a aquellos hombres que les habían estado apuntando tumbados en el suelo como si jamás hubiesen estado en pie. Los últimos disparos del guardaespaldas los había matado, sin duda alguna.

Todo parecía haber acabado, pero al poco uno de ellos comenzó a moverse y levantarse.

-¡Mierda! –escupió Jacob junto con una decena de gotas de sangre mientras apuntaba y apretaba el gatillo.

Pero no sonó el ensordecedor sonido del disparo esperado. Se había quedado sin balas. El cantante no pudo más que observar desde su patética posición como aquel individuo se tambaleaba con una mano en el abdomen chorreando sangre por una decena de heridas y se agachaba para recoger su arma del suelo. Maldijo todos los avances de la ciencia y la nanotecnología por ser capaz de alargar la existencia de seres tan peligrosos como aquellos.

El rockero se apresuró a alcanzar el arma del guardaespaldas caído. Estaba seguro de poder matar a aquel tipo antes de que lograse recoger el arma, más le valía, pero de pronto una chica pasó entre Jacob y él (y por encima de Castigo Corporal) a toda velocidad. Su cabello rojo, su delgado cuerpo y el gran rifle con el que cargaba fue lo poco que pudo ver antes de que cruzara los cinco metros que los separaban del agonizante hombre. Jacob, sobresaltado y enfurecido por haberlo pillado desprevenido intentó dispararle también, pero tras apretar el gatillo varias veces recordó que no tenía munición.

Lenka podría haber disparado y barrer a toda esa gente con una descarga de su rifle de asalto pero el instinto de supervivencia agudizado desde niña le dijo que una bala perdida podría acabar matándola así que corrió hacia su derecha arrojándose detrás de un coche negro de grandes dimensiones aparcado a unos pocos metros de distancia. El tiroteo comenzó al instante de empezar a moverse y tan solo su velocidad, y que el coche parase algunos de los proyectiles que dirigieron contra ella, hicieron que saliese ilesa.

Al cabo de unos segundos los disparos cesaron y sin pensárselo dos veces la mecánica asomó la cabeza. Los extraños individuos que habían aparecido de golpe se encontraban por el suelo, posiblemente muertos, salvo uno que estaba de rodillas y luchaba por ponerse de pie. Unos metros más allá estaban aquellos desgraciados que habían estado golpeando a Tuerca.

El intercambio de plomo había durado apenas unos segundos y a tan poca distancia sería una proeza que alguien más, aparte del grandullón que estaba de rodillas, hubiese sobrevivido. Sabía que lo seguro era rematarlos y asegurarse, pero prefería no tener que hacer tal cosa. Steel siempre criticaba su exceso de escrúpulos y compasión a la hora de matar achacando tal falta a su inmadurez. Lenka sabía que los miembros de su clan jamás lo entenderían, estaban demasiado acostumbrados a la muerte. No es que hubiese jurado no matar a nadie jamás, era solo que prefería que el hecho de quitar una vida fuese siempre la última opción.

La idea de que Tuerca necesitaba su ayuda le golpeó la mente en el instante en que vio levantarse a uno de aquellos matones.

Sin pensar siquiera en su vida y ahuyentando el miedo de su interior, salió corriendo de su escondite con el rifle en sus manos y se dirigió hacia él. Pasó junto a aquella gente que había aparecido de improviso y pudo comprobar que al menos uno de los que había dado por muerto, seguía con vida. Ese tipo de la cresta y las gafas sexys que le recordaba al cantante del concierto que acababa de ver fue el único que se dio cuenta de su presencia.

En menos de un segundo llegó junto al matón, justo en el instante en el que empuñaba su pistola y la levantaba para disparar. Gracias a un instinto entrenado en los mares tóxicos del sur y los desiertos estériles repletos de asesinos y caníbales, la joven mecánica puso un pie sobre la rodilla del matón, y aprovechando la velocidad que llevaba, se impulsó hacia arriba. La cara del hombre reflejó sorpresa y terror cuando Lenka le golpeó con la culata del rifle. Puso toda la fuerza de sus brazos en aquel golpe. Un abanico de sangre y dientes salió despedido hacia la derecha con un giro de cabeza tan rápido que era posible que le hubiese partido el cuello. El cuerpo inerte del tipo calló hacia atrás seguido del de Lenka.

Ni siquiera se fijó en si había matado o no, aunque confiaba en que no fuese así, y menos atención le mostró a los que había dejado atrás. Su principal prioridad era aquel delgado hombre de pelo verde, que yacía apoyado contra la pared con una mano en el estomago y la camiseta llena de sangre.

-Tuerca…

Se acercó a él dejando a un lado el rifle y esperando que su amigo no estuviese muerto. De ella había sido la idea de perderse en GoreCity, si su amigo moría no se lo perdonaría. Y quién sabe lo que la esperaría a su regreso al campamento. Mientras los ojos se le llenaban de lágrimas evitó pensar en Steel y en su temperamento explosivo. Casi rompe a llorar al oír un gemido de los labios de su amigo. ¡Estaba vivo!

-¡Joder! ¿Has visto eso? –Gritó Discordia Sintética más para sí mismo que para el resto.

Estaba impresionado por la rápida actuación de aquella joven y lo bien que había empleado su agresividad para resolver todo aquello. Hasta le había parecido ver que era bastante guapa. En seguida, y sin apenas quererlo, le vino a la mente una idea para una canción que trataba sobre la desconocida. Los acordes comenzaron a sonar en su cabeza, pero poco duraron ya que Jacob lo sacó de aquel paraíso de composición al que lo catapultaban siempre las escenas violentas.

-¡Joder, malditos hijos de puta! –Profirió el guardaespaldas mientras arrojaba su arma descargada al suelo y andaba cojeando unos pasos hasta el cantante–. Rápido, tenemos que salir de aquí, ya.

 Mientras cogía la pistola de su compañero muerto y ayudaba con esfuerzo a Discordia a levantarse no hizo más que mirar hacia los lados y maldecir por lo bajo. El rockero, aun fascinado por la acción de aquella chica que ahora se encontraba arrodillada junto a otro hombre, observó al guardaespaldas. Le manaba sangre de al menos cuatro heridas. Tenía el traje destrozado, caminaba con dificultad y tenía la mano derecha destroza; había perdido como mínimo dos dedos.

-Tíos, no me puedo creer que estemos vivos… -dijo el batería que había permanecido todo el tiroteo sin levantar la cabeza del asfalto ni un solo milímetro.

Discordía observó a Castigo Corporal mientras el guardaespaldas golpeaba a éste con el pie instándolo a que se pusiera en pie. Los microleds subcutáneos de los brazos del batería centelleaban intermitentemente de un color naranja apagado. En su mirada podía leerse una mezcla de miedo y perplejidad ante todo lo que estaba pasando.

Jacob estudió la situación y fijó su atención en la chica. Solo le quedaba un cargador pero matarla solo le costaría una bala, pensó mientras valoraba la situación.

Como si pudiese leerle la mente, Discordia Sintética lo agarró del antebrazo y le propuso con un gesto que se marcharan. No era porque aborreciera las muertes innecesarias; donde había crecido él, las muertes de ese tipo eran tan normales como los cables pelados; pero tenían cosas más importantes que hacer y además aquella pelirroja lo había impresionado de sobremanera, no le parecía que supusiese una amenaza, al menos no para ellos.

Olvidándose de la joven, los tres hombres se apresuraron a llegar al 4x4. La calle, aunque ancha, era completamente secundaria y la iluminación más próxima solo provenía de unos tubos de neón ubicados sobre la puerta de la que acaban de salir, por lo que no pudieron ver el desastre hasta que estuvieron a un par de metros del vehículo. Al menos media docena de balas habían impactado sobre él. Rompiendo la luna delantera, el retrovisor izquierdo y dejando profundos agujeros en el capó y la puerta.

Jacobo maldijo una vez más cuando al abrir la puerta un cuerpo cayó al suelo como si se tratara de un fardo de desperdicios. El chofer había estado esperando dentro del coche a que terminase el concierto y una bala perdida lo había matado antes incluso de darse cuenta de qué estaba pasando ahí fuera. Vaya una forma más patética de morir, pensó el cantante. Así era GoreCity, no perdonaba que te encontrases en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Encogiéndose de hombros lo hicieron a un lado y subieron al coche; Jacob al volante y el cantante de copiloto. Éste último soltó un suspiro de alivio y volvió a dejar caer sus ojos en aquella pelirroja que estaba agachada delante de ellos, al otro lado de la acera. Aspiró con fuerza esperando a que el coche arrancara y aquella pesadilla terminase cuanto antes pero en el instante en el que parecía que iban a dejar a tras los gritos que aun se dejaban oír desde la parte delantera del Laser del Infierno, la ventana del conductor reventó en mil pedazos. Un estruendo propio de una ametralladora, seguido de una docena de golpes sordos contra el chasis del coche les indicó lo más obvio. Sus problemas aun no habían terminado. Permanecieron agachados mientras una lluvia de cristales caía sobre ellos. O uno de los tiradores había sobrevivido y les había seguido a través del backstage para terminar el trabajo o la chica pelirroja había decidido usar su arma.

-¡Arranca de una puta vez y vámonos cagando ostias! –gritó el cantante que al cogerse la cabeza con las manos rozó con los dedos el lóbulo de su oreja y puso en marcha el sistema de música que llevaba implantado en su oído.

Una canción estridente de un antiguo grupo llamado TechnoCadaver now golpeó su mente. Por un momento el sonido repetitivo del bombo y los gritos encolerizados del cantante se entrelazaron con los sonidos de los disparos y los chillidos de Castigo Corporal que se encontraba en uno de los asientos de atrás gritando como un cerdo. Incluso en ese momento, Discordia Sintética tuvo que admitir que aquel era uno de los mejores instantes de toda su vida. Dudaba que hubiese nada mejor que escuchar aquella perfecta combinación que le rebelaban que esa canción jamás había estado completa y que había permanecido como la mitad de un todo hasta aquel instante.  El cantante saboreó la nueva sinfonía y se juró que no volvería a escuchar la canción original nunca más, pues no sería más que una parodia comparada con aquella obra de arte. Era un privilegiado y el placer que sentía alcanzó cotas más altas cuando calló en la cuenta de que sería el único dueño de esa perfecta simbiosis, el único.

El guardaespaldas, ajeno al clímax al que estaba llegando el excéntrico cantante, se apresuró encorvado todo cuanto podía, a bajar la pequeña palanca de arranque. No pasó nada. Después de unos angustiosos segundos lo intentó un par de veces más y tras encender el navegador, vio en la pantalla una serie de números y glifos que poco tenían que ver con lo que aparecía normalmente. Alguna bala debía de haber averiado el sistema de arranque o el de navegación del coche.

No podían arrancar, luego no podían irse.

Estaban jodidos.


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